Dejan fuera al principal horror del fascismo. No son sus mensajes de odio, sino la violación extensiva, desde el Estado, de los derechos humanos
CARTA ABIERTA:
Delcy Rodríguez, Vicepresidente.
Me complace saber que Ud. introdujo un proyecto de ley contra el fascismo en la Asamblea Nacional. El fascismo ha sido, sin duda, una calamidad terrible para los venezolanos en estos últimos 25 años al negarles sus derechos y el ejercicio pleno de sus libertades. Nunca creí que su gobierno tendría el valor de enfrentarlo. Pero, como estudioso del tema, me permito hacerle las siguientes observaciones.
Toda ley debe señalar de forma precisa lo que se propone para que su aplicación sea provechosa. Al declarar en el artículo 2 (# 3), que busca “prevenir y erradicar toda forma de odio y discriminación”, se evidencia una inexcusable omisión de los motivos políticos para tal discriminación. Éstos, más que ningún otro, definen al fascismo. Al definir lo que se considera fascismo (artículo 4), igualmente se incurre en un lamentable yerro. El fascismo no es ni ha sido una ideología. Contrario al comunismo, nunca se formuló como doctrina, como aclara el conocido escrito de Umberto Eco, Ur Fascismo.
La ausencia de una ideología fascista común llevó a los movimientos caracterizados por tal denominación —Ustacha, Cruz de Hierro, Falange— a erigir imaginarios inspirados en realidades propias de cada país (constructos ideológicos a la medida) para atraer y galvanizar a sus partidarios, como explican Payne, Paxton y otros expertos. Cada uno invocaba épicas y mitos fundacionales que glorificaban las virtudes y proezas del pueblo objeto de su particular retórica redentora, para contraponerlas a las lacras de quienes eran señalados como opresores y enemigos. Al hacer tal distinción, el “Pueblo” ya no era el conjunto de seres que integran la población nacional, sino sólo aquellos identificados con la gesta fascista. El discurso del Gran Líder es el que define, por tanto, que es y que no es “Pueblo”. Estos últimos, al no comulgar con la única verdad aceptable son considerados enemigos, apátridas, a los que es menester enfrentar.
Se asienta con ello una visión maniquea, determinante de lo que es correcto e incorrecto, plasmando una moralina que nutre los discursos de discriminación y odio. Esto, Delcy, es clave en el fascismo. Desde el Estado se les niegan derechos a los que no son “Pueblo”, muchas veces con la aplicación de la violencia, la criminalización de toda protesta justa y/o la maquinación arbitraria de “conspiraciones” para inculpar a opositores incómodos, con la complicidad de un poder judicial abyecto –los Juristas del Horror a que se refiere Ingo Müller en su libro sobre la “justicia” nazi. Porque la política es, para el fascismo, una guerra en la que el opositor no es un adversario con derechos, sino un enemigo a liquidar.
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